Siempre nos movemos entre la niebla. Es tan constante que no nos damos cuenta de que existe. Vemos luces entre la bruma. Quizás nos guían, quizás nos confunden. Las seguimos pensando que vemos todo lo que se puede ver.
De vez en cuando una luz se apaga. Entonces reparamos en la niebla. Pronto hará un año de mi último viaje. Pensando en el sufrimiento de muchos, soy muy afortunado: en lo único en lo que me han afectado la pandemia y sus restricciones ha sido en mi estilo de vida. Tan afortunado que casi siento vergüenza al escribirlo.
Pero es una luz que se ha apagado y que me hace reparar en la niebla. Nunca vemos un palmo más allá de nuestras narices pero, mientras las luces de siempre están encendidas, nos imaginamos que vemos todo lo que nos rodea. Y sus destellos son ya tan habituales que ni nos planteamos buscar otras.
La pandemia pasará y la increíble capacidad del ser humano para adaptarse nos hará olvidarla. Muchas luces ahora apagadas, para mí la de los viajes con mis clientes, la de los cursos en sitios maravillosos, la del «ya que he viajado me quedo unos días de más», la de conocer personas y paisajes en otros países, la de dormir la mitad de las noches en hoteles, volverá a encenderse. Y si no lo hace (porque otra característica del ser humano es la de imaginar continuamente un futuro parecido al pasado, como estaba haciendo yo al escribir la última frase, y ese futuro imaginado no siempre llega) se encenderá otra similar. Nunca faltan luces en la niebla. Lo que no sobra tanto es criterio para saber por cuál guiarnos. Las luces en la niebla, para iluminar el recodo que vemos, oscurecen dos o tres esquinas más.
Cuando una luz desaparece se nos aparecen, borrosos, esos otros rincones. Los que habíamos dejado de mirar por miedo, por la frustración de un fracaso o por un falso «eso no es para mí» que, cuando lo pensamos, no llegamos a comprender de dónde viene. O, a lo mejor, sencillamente, porque no estábamos preparados para verlos.
Nuestros futuros imaginados son tan fuertes que muchas veces necesitamos que se apague alguna luz para concebir otros.
Lo único permanente es la niebla. Podemos elegir que nos dé miedo, sí. Pero también podemos elegir respirarla, sentirla como la vida que, siempre misteriosa, siempre respondiendo a su manera a lo que hacemos y a lo que dejamos de hacer, nos acaricia.
Podemos mirar a esos rincones que vislumbramos ahora y avanzar sin ver más que el palmo ante nuestro rostro, que es siempre lo único que vemos. Entonces, sólo entonces, ante nuestra determinación, aparece una nueva luz.
Es la determinación de imaginar otro futuro. Uno que nos lleve a ser un poco más auténticos. También más felices. El juego de niebla y luces nunca tuvo otro objetivo.
Hay algo más en este juego de niebla y luces. Como no puedo entenderlo, no puedo explicarlo. Cuando nuestra lógica no alcanza para unir causas y efectos hablamos de casualidades. Enuncio por tanto un hecho sin ánimo de convertirlo en ley: cuando nuestra determinación enciende una nueva luz, las casualidades aparecen.
Cuando la vida te pone al límite, es cuando aparece la verdadera capacidad (o no, pero quiero imaginar que los que leemos estas palabras somos luchadores y ganadores) para sacar fuerzas de dónde ni imaginábamos que había. Adaptación y siempre «zanshin» (alerta, atención…) Porque las oportunidades no sabes cuándo van a llegar, y siempre hay que estar preparado. Un besazo enorme, no me enrollo más!!
El guerrero siempre está atento y, así, ve lo que hay…
Muchas gracias, Rosa!