El fin de semana pasado participé en un curso de tiro con arco tradicional japonés. Kyudo, el Camino del Arco.
Desde el respeto del total principiante que soy, no trataré de escribir sobre el Kyudo. Diré tan sólo que, lejos de ser un deporte, es un camino de conocimiento personal.
Sin embargo, no me resisto a escribir sobre las semejanzas que encuentro con las reflexiones sobre la toma de decisiones que me gusta discutir en mis programas de liderazgo.
En Kyudo existe un dicho: “un disparo, una vida”. Y cada disparo es único.
Para preparar ese disparo se realizan una serie de movimientos y posturas, todos con intención y significado.
El primer paso es Yo I: “conseguir el corazón correcto”. En él solo hay apertura y escucha. Es el momento de acallar la mente y prestar atención.
Esa apertura y escucha son las que necesitamos para aprehender cualquier situación. Antes de una decisión, sólo para entender, necesitamos acallar en nuestra mente cualquier prejuicio, sesgo o expectativa. Parar y vaciar para entender antes de decidir.
Tras Yo I se baja el arco y comienzan las llamadas siete coordinaciones. La primera es Ashibunmi: “dar los pasos”. En ella hace su aparición el blanco y empezamos a orientarnos hacia él. La invitación es a girar la cabeza en la dirección en la que enviaremos la fecha, igual que haríamos en la oscuridad atraídos por el sonido de una campana. Cuando nuestros ojos encuentran así el blanco, alineamos todo el cuerpo con él.
De la aprehensión de la situación surge la intención que nos orientará. Clarificar esa intención y alinear todo con ella es el corazón de la decisión. La intención no siempre es obvia, igual que el origen de un sonido en la oscuridad. (¿Cuál es la verdadera intención tras las opciones que barajamos? ¿Se trata de resolver un problema?; ¿De sentar o evitar un precedente?; ¿Quizás de prevalecer?; Si el miedo juega un papel, hay intención de protegernos… ¿Desde que intención queremos decidir?).
Dozocuri es colocar el cuerpo. Es el momento de sentir las piernas asentadas con fuerza. De, metafóricamente, enraizarse en el suelo.
Para decidir y actuar necesitamos un fuerte anclaje a la realidad, como el de las raíces en la tierra. Incluso a la realidad que tratamos de cambiar. Cuando nos distanciamos de los hechos, de lo que verdaderamente está ocurriendo, cualquier acción es fútil, como lo sería una flecha disparada sin nuestros pies firmes en el suelo.
Las siguientes coordinaciones colocan cuerpo, flecha y arco y desembocan en el momento de tensar, Hiki Tori. La acción es entonces inminente y requiere encontrar el momento justo. Aparece el esfuerzo y, con él, el riesgo de romper el alineamiento con el blanco. El arquero necesita fluidez y firmeza. Sus ojos deben permanecer fijos en el blanco, pero sin dejarse alterar por la presión del resultado. La puntería es mucho menos importante que el disparo en sí.
Con la decisión tomada existen dos riesgos. El primero, el esfuerzo que representa iniciar la acción puede desdibujar la intención. No debemos permitir que miedos, tensiones, reacciones o imprevistos nos desvíen del “para qué” original. El segundo riesgo es la presión por el resultado. El miedo al error provoca el error. Una vez decidido, lo único importante es el proceso. Pensar en el resultado paraliza, intimida y distrae. Intención y concentración en la ejecución quedan representados en ese tensar velando por la alineación con el blanco.
Kai significa reunión. Es el momento de añadir el último ápice de tensión, abriendo el pecho, y de dejar que el momento de la suelta, Hanare,madure.
Esa maduración representa para mí el momento en que nuestra mente ya ve la acción como ejecutada. No es un proceso racional ni un ejercicio de imaginación. Es el momento en que sabemos que “es así” y que, con alegría o con pena, vamos a hacer que ocurra.
Zanshin marca el final. Haya ocurrido lo que haya ocurrido, incluso si la flecha ha caído a nuestros pies, contemplamos sin juicio el disparo, lo aprehendemos.
Igual debemos contemplar el resultado de nuestra decisión. Percibiendo sin afirmar, negar o juzgar. Ha sido nuestra decisión de ese momento. La única. Sea cual sea el resultado.
El resultado de cualquier decisión, no es más que parte de la realidad de la siguiente situación que deberemos afrontar, y que nos requerirá conseguir de nuevo el “corazón correcto”.
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