¿Cómo podemos saber si nos mantenemos auténticos? A lo largo de nuestra vida recibimos todo tipo de influencias. Algunas nos hacen crecer. Otras nos limitan. A veces las vivimos como si fueran una realidad inevitable, sin darnos cuenta de que nos las imponemos a nosotros mismos. De unas cuantas más ni siquiera somos conscientes, pero condicionan nuestra forma de vivir.
Somos, de alguna forma, mezcla de nosotros mismos y del reflejo de los que nos influyeron. Ser autentico es aceptar e integrar las influencias que nos hacen mejores, y, aún en mayor grado, rechazar las que nos alejan de nuestro camino, ese camino con corazón sobre el que escribía hace unos días y que sólo puede ser nuestro – http://www.reginoquiros.com/wave8/-.
Hay una alarma que nos avisa cuando nuestra autenticidad está comprometida. Suena cada vez que nuestras decisiones están guiadas por un «tengo que» en lugar de por un «quiero».
No es, esta afirmación, una invitación a la irresponsabilidad o la dejadez. Cualquier propósito que nos guíe implicará tareas que no deseamos, pero que “tenemos” que hacer. Ocurre que el «quiero» está, simplemente, en un lugar superior: en el deseo de cumplir nuestros propósitos. Quiero aprender, obtener dinero para vivir, desarrollar una empresa, prestar un servicio o una ayuda, preservar algo que debe permanecer, mejorar algo, hacer feliz a una persona… Cualquiera de esos propósitos conllevará tareas que, si pudiéramos, evitaríamos. Pero tenemos que hacerlas porque genuinamente queremos algo. El «quiero» esta ahí y, en esos casos, todo está bien.
Cuando no encontramos un «quiero» que explique una acción es el momento de considerar si nos hemos convertido en un reflejo poco nítido de lo que sí podríamos ser.
A falta de una razón auténtica (es decir: propia, personal, interior) tratamos de justificar los «tengo que», muchas veces desde las buenas costumbres sociales o familiares o desde los modos de hacer de nuestras organizaciones. En realidad, son siempre consecuencia de esas influencias que ya no distinguimos como ajenas a nosotros mismos y que nos limitan en el reto de ser auténticos. Y, por ello, en el reto de ser felices.
Todos somos muy hábiles disfrazando esos «tengo que», razonando hasta explicarnos por qué son inevitables… Pero lo cierto es que nos agotan, nos frustran y proporcionan una sensación de vacío que, cuando se acumula, nos impide sentirnos plenos. Que levante la mano (yo no podría hacerlo) quien nunca se haya sentido así.
Un recurso habitual es renunciar a pensar en ello: soñar con el viaje, la posición o el momento vital en el que desaparecerán esos «tengo que» que respetamos sin entender. Pero eso no son más que distracciones que no nos van a liberar. El único camino es recordar quién somos de verdad y reconocer las influencias que ya no queremos que condicionen nuestra vida. Las personas más felices y exitosas que conozco son maestras en mantenerse en contacto con lo que realmente quieren en todos los ámbitos de sus vidas.
Los mitos y los cuentos, igual que las novelas y las películas, están llenas de metáforas que representan esta necesidad del ser humano. Los griegos lo llamaron anagnórisis.
Anagnórisis es ese momento en que el héroe descubre que no es hijo de unos campesinos, sino del rey. Es Luke Skywalker descubriendo su origen y su poder o Harry Potter accediendo a su magia; es el padre de los Trapp recuperando la pasión por la música o Daenerys Targayen pasando del intento de suicidio a saberse reina; es la bella durmiente descubriendo su origen real o Aragorn aceptando que es mucho más que un montaraz…
Busque cada cual en sus historias favoritas y le será fácil descubrir la metáfora a la que me refiero: esos momentos de reconexión con algo oculto o perdido que resulta ser fundamental para un personaje: para su desempeño y para su futuro. Es una figura que nos engancha a las novelas o películas que la contienen porque es metáfora, desde los más antiguos mitos, de nuestra necesidad de ser nosotros mismos.
Una parte fundamental de El Camino del Héroe es indagar en nuestra propia autenticidad, contestar cada vez mejor a la pregunta «¿quién soy?». Así se pasa por la anagnórisis, como umbral hacia la plenitud y la felicidad de ser uno mismo.
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Por si puede servir, a lo que te refieres cuando dices «Hay una alarma que nos avisa cuando nuestra autenticidad está comprometida. Suena cada vez que nuestras decisiones están guiadas por un “tengo que” en lugar de por un “quiero”, en mi caso particular es un sonido de alerta indicando que la acción que estoy realizando o voy a ejecutar no está alineada con los valores que me llevan a «descubrirme o crecer yo misma» o «aportar en el desarrollo de otros», si no que proviene de intenciones del tipo «demostrar ser» y/o «buscar aprobación o aceptación por parte de otros».
Indagando bajo cuál de estos enfoques actúo es lo que me indica si estoy acercándome o dándole la espalda a mi autenticidad.
En efecto, muchas veces tras los «tengo que» hay una necesidad de cubrir expectativas externas o de buscar aceptación. Para mí la gran diferencia entre las influencias que integramos y las que nos limitan es precisamente esa: las primeras pasan a ser nuestras de forma voluntaria y consciente, y por tanto autentica, mientras que las segundas forman parte de la necesidad de complacer o de ser aceptados. La dificultad estriba en que a veces es muy difícil diferenciarlas ya que las segundas son introyectos: ideas que adquirimos de personas significativas que se asentaron en nuestras estructuras de creencias y valores. Identificarlas y reconocerlas como ajenas requiere un trabajo de introspección y autoconocimiento que no siempre es sencillo
Totalmente de acuerdo!! En este sentido, podría tal vez, considerarse la vida como un camino de (re)descubrimiento y (re)aprendizaje constantes…
Super interesante. La parte difícil la veo en ser tan objetivo (y sincero) como para permitir ver esos reflejos y poder reconocerlos como tales. Porque ¿qué es eso que viene de fuera y te hace cambiar: un valor añadido/enseñanza o algo que te daña?
Estupendo post que hace pensar.
Gracias por tu reflexión, Paula. Me alegro mucho de que el post te haya gustado. Estoy de acuerdo en que no es fácil. Requiere revisarse, estar atento y, como tú dices, un continuo ejercicio de sinceridad con uno mismo. El premio, la autenticidad, hace que merezca la pena.