No pretendo incluir en el blog crítica o cometario a los libros que van cayendo en mis manos. Ni siquiera busco proponer su lectura. Me gustaría tan solo compartir algunas de las ideas que me surgen leyéndolos.
Quizás por eso al elegir un primer libro para esta sección, opté por El código del alma de James Hillman. Es un libro que me provocó muchas reflexiones sobre lo que es la esencia de una persona y no pocos cambios (algunos aún no implementados) en mis programas de liderazgo.
Hillman es conocido como discípulo de Calr Gustav Jung, aunque a la luz de este libro, sus maestros parecen más Platón y Plotino que el psiquiatra suizo. Y supongo que muchos otros: cuando menos, los que incluye en el prefacio, construido tan solo con citas. Una de ellas, de Picasso, es la que me he llevado al título.
“No me desarrollo, soy”, dijo el pintor.
Y lo suscribo.
Aunque teniendo en cuenta que me gano la vida con lo que entre todos hemos dado en llamar “desarrollo del liderazgo”, que perfectamente podría clasificarse como “desarrollo personal”, suscribirlo puede no parecer una decisión inteligente.
En El Código del Alma, Hillman introduce una teoría. Nuestro propósito y nuestro carácter, quienes somos realmente y nuestra razón de ser, nos acompañan desde el principio. Nuestra labor no es construirlo, sino destaparlo y hacerlo brillar. Lejos de ser nueva, la teoría nace del daimon de los griegos y de su equivalente en otras culturas antiguas.
Si pensamos así, sobra la palabra “desarrollo” y cobra fuerza la palabra “descubrimiento». Nos encontramos con la anagnórisis griega: ese proceso por el que el héroe (el protagonista del relato) descubre quién realmente es, lo que le lleva a hacerse una idea más exacta de lo que le rodea. De esas revelaciones surgen cambios en su conducta y su relación con los personajes secundarios (todos somos personajes secundarios en la novela de los demás). Así, se provoca el giro que lleva al relato hacia su desenlace.
Se suele definir la anagnórisis como “recurso narrativo”. Conviene no olvidar que el teatro griego no era sino terapia colectiva. La anagnórisis es el Viaje del Héroe: el proceso de descubrir, como propone Hillman, nuestro “para qué”, la causa que nos merece la pena, y nuestro carácter, nuestras creencias y valores, la forma de vivir y actuar que nos permite estar a gusto en nuestra piel y dar lo mejor de nosotros mismos.
Cuando hablando de liderazgo decimos que éste surge de nuestro interior, que tiene que ser auténtico, que requiere el mayor grado posible de autoconocimiento, que está ligado a un propósito y una visión y que se expresa en nuestros comportamientos y en las relaciones que establecemos con los demás, no somos sino discípulos de Hillman. Y con él de Platón y de Plotino. Lo cual no es un honor menor.
Algún día reuniré el valor suficiente para abandonar el título de “desarrollo de liderazgo” y proclamar que me dedico a la anagnórisis. A la mía y, desde la humildad, a colaborar en la de otros.
Hay una idea más en El Código del Alma que me cautiva. Es necesario mirar al pasado para entenderse. Para alcanzar el autoconocimiento necesario. Pero hay dos maneras de mirar a nuestra propia historia.
Una, muy presente en el desarrollo personal (que no en la anagnórisis) sea desde la psicología, desde el coaching o desde otras formas de trabajo, se basa en buscar el trauma. Casi nadie lo llama ya así, pero es su nombre. Con esa búsqueda tratamos a veces de explicar una limitación y siempre de liberar un potencial.
Sin oponerme a ese enfoque, me seduce más la mirada hacia atrás que propone Hillman: la búsqueda de las señales de nuestra esencia. ¿A qué obedecían los momentos de plenitud? ¿Cómo explicar algunas decisiones que a día de hoy no podemos explicar? ¿Qué buscábamos y cómo éramos antes de hacer concesiones? ¿Qué es lo que en cada momento era realmente importante para nosotros? De esas pistas surge quién somos y qué queremos. Nuestro carácter y nuestro propósito.
“No me desarrollo, soy”, porque el desarrollo no es sino la conquista de uno mismo. Desde ahí somos el mejor líder que nuestra causa puede tener. Desde ahí nuestra influencia en los que nos rodean, en nuestra familia, en nuestras organizaciones, es máxima, positiva y cambia el mundo para bien.