Hemos perdido la costumbre de revisarnos y diseñar nuestro futuro. Lo hacemos para nuestras compañías, cuando nos convocan a esos retiros anuales a los que acudimos en la frontera del escepticismo y el cinismo. Pero rara vez para nosotros mismos.
Afirmo que es algo perdido porque sé que lo tuvimos. Me gusta pensar que lo que se encuentra en varias tradiciones que no tienen relación conocida entre sí es sustancial al ser humano. Por eso me interesan la mitología y el devenir de las religiones. Cuanto más las estudias, más encuentras esos puntos comunes que, no importa cómo se hayan desarrollado en cada caso, ayudan a entender quiénes somos y qué necesitamos.
La necesidad de revisarse y decidir cómo queremos que sea nuestra vida es uno de esos puntos.
Lo encontramos en el judaísmo, en los días que van del Rosh Hashaná (el año nuevo) al Yom Kippur, siempre en otoño. La tradición quiere que en esos días se mire hacia atrás para aprender del pasado e inmediatamente hacia delante, para decidir sobre el año que comienza. Para diseñar el futuro.
Desde la oscuridad que rodea a la cultura celta, algunos autores defienden igual propósito para los días que van desde la fiesta de Samhain (nuestro Todos los Santos, o Halloween) hasta el solsticio de invierno. Días de recogimiento y reflexión sobre lo que ha sido con la finalidad de decidir qué vida se elige vivir. Casualidad o no, también en otoño.
No creo que hayamos perdido esa costumbre por olvido. Creo que fue su dificultad y la necesidad de parar y dedicar tiempo a la reflexión la que nos alejó de ella. Sin olvidar que requiere mucho coraje.
Coraje para volver los ojos al pasado. Decía Herman Hesse que su propia historia, lejos de resultarle suave y armoniosa, le sabía a insensatez y a confusión. No es pobre consuelo para mí saber que el autor de Siddhartha, al revisar su vida, encontraba el mismo sabor punzante, la incoherencia, a veces la desazón, que yo encuentro al mirar la mía.
Al hacerlo me doy cuenta de cuando no supe distinguir un puedo de un quiero, o que en ocasiones fui quién el mundo quería que fuera y no yo mismo. Otras veces no soy capaz de entender los motivos que me llevaron a tomar una decisión; no me refiero a los que conté o me conté: los motivos de verdad.
Mirando atrás descubro las situaciones en las que confundí, en una dirección o en la contraria, egoísmo y amor propio. También, si alcanzo el suficiente desapego, me doy cuenta de cuándo herí y cuándo me hirieron, con quién me reclama el corazón disculparme (no confesaré la longitud de la lista) y de quién ya no necesito ninguna disculpa porque en la herida que me infringió veo la parte de mi carácter que me gustaría mejorar. Y alejo así cualquier tentación de culpar a otros de mis propias decisiones.
También, revisando mi vida, veo los momentos de plenitud, las situaciones en las que supe ser yo mismo, las formas y aptitudes que me han definido y que elijo que me sigan definido. Pero la parte dulce de mi historia no reduce la necesidad de coraje para mirar con honestidad y sin juicio a todo el conjunto.
Más coraje aún requiere diseñar el futuro. En primer lugar, hay que aceptar la construcción del futuro que queremos para nosotros como una responsabilidad propia y exclusiva. Es fácil huir de ella argumentando las muchas cosas que no dependen de uno mismo y así olvidar las otras muchas sobre las que si tenemos capacidad de decisión. Por duro que sea verse sumido en la inercia, más duro nos parece a menudo tomar las decisiones que nos sacan de ella.
Hace falta además enfrentarse a reconocer que a veces no sabemos lo que queremos. Si tratamos de responder con sinceridad a qué elegimos vivir, en más de una ocasión nos vemos enfrentados a un vacío que nos aterra. Tratamos de llenarlo con tareas cotidianas, responsabilidades y preocupaciones diarias que, siendo importantes, no son más que una excusa para no aplicarnos a algo más relevante: ¿Cómo quiero que sea mi vida? ¿Quién quiero ser?
Decidir cómo queremos que sea nuestra vida en los siguientes años y tomar las decisiones que nos conduzcan a ello, requiere mucho más valor, temple, madurez y, a veces, sacrificio, que resolver lo cotidiano y dejarse llevar, pensando en el futuro sólo en términos de lo que puede ocurrir, como si nada dependiese de nosotros.
Necesitamos, sin excepción, cada cierto tiempo (si creemos a nuestros ancestros, quizás cada otoño) tomarnos el tiempo de comprobar que estamos en el camino en el que queremos estar, asegurarnos de que no nos mentimos a nosotros mismos, reflexionar sobre lo aprendido y consolidarlo, asegurándonos de que sabemos cómo queremos que sea nuestra vida, de tener una visión del futuro que queremos alcanzar y que guiará nuestras decisiones.
Y también, con más frecuencia de lo que a menudo creemos, necesitamos inventarnos y volvernos a inventar… “cambiar tanto de tono y forma que no puedan encasillarte jamás”. No puedo evitar sonreír al pensar que estas ideas alimentan mis programas de liderazgo personal mientras que esta última cita sale de un poema que Charles Bukowski tituló “Nada de líderes, por favor”. Quizás, haciendo caso al poeta, la revisión que propongo no es de líderes, si no de héroes.
Cada otoño (el principio del año por mucho más que la costumbre del curso escolar) me embarco en una revisión así.
Procuro honrar a Hesse, que tras reconocer la insensatez y la confusión en su pasado veía en esos sinsabores la vida de una persona que no quiere mentirse más a sí misma. Reviso mi pasado con la máxima objetividad y curiosidad de la que soy capaz.
Trato de entenderme un poco más allá y de elegir el sentido de lo que hago y lo que vivo para no dar cuartel a la inercia o a la farsa
Diseño el futuro que quiero en mi vida y, si hace falta, y por ahí le andamos este otoño, me reinvento, como propone Bukowski, para estar seguro de ser yo y vivir mi vida, no una vida diseñada por otros.
Desde ahí tomo las decisiones que me acompañarán todo el año, quizás más tiempo. Algunas fáciles, otras duras. Siempre con la intención de que marquen una diferencia y construyan el futuro que elijo.
En este proceso, que creo fundamental para ser feliz, coherente y contribuir a una sociedad mejor, baso mis programas de liderazgo personal. Para compartir este tipo de viaje con cuantas más personas mejor, hemos creado con mis socios Wave-8. Si quieres saber más, no dudes en dejar un comentario aquí en el blog o en visitar nuestra web https://wave-8.com.
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