Todos los ríos de palabras y tinta que en los últimos años se han invertido en hablar de propósito en nombre del liderazgo o el desarrollo personal (hemos invertido; reconozco mi participación), le cupieron a un monje del siglo XIII en unas pocas líneas. Y ni siquiera quedó recuerdo de su nombre.
“Pensando que sería una desgracia ir en grupo, cada uno se adentró en el bosque por el lugar elegido, donde más oscuro estaba y no había camino ni sendero”, dejó escrito, relatando lo que ocurrió después de que Gawain, sobrino del rey Arturo, propusiera ir “todos en busca de ese Grial, para desvelarlo”.
Ocurrió en la Tabla Redonda, sentados los caballeros en torno a un banquete cuyas viandas estaba aún intactas. Arturo, en su condición de rey, había pedido que nadie probara bocado hasta que ocurriera una aventura. Tras un rato de espera, el Santo Grial se aparece a los caballeros, pero no con claridad, sino velado por un paño. Así lo contó ese monje anónimo en uno de los romances artúricos: La búsqueda del Santo Grial.
Según Dürkheim y, como no, Campbell, los mitos activan en nosotros la sabiduría de la vida. Me parece infructuoso intentar averiguar si existió un rey llamado Arturo. Veo aún más inútil tratar de dilucidar si el Grial rozó alguna vez los labios de Cristo o si, más bien, nuestro monje aludía, de una forma que no le condujera a la hoguera, al caldero del céltico dios Dagda. Mi propuesta es pensar en la sabiduría que puede activar en nosotros este mito.
Así, tenemos a un rey con sus caballeros, con recursos y poder a su alcance, pero inmovilizados, sin disfrutarlos. Tenemos también una idea vaga, velada, de lo que han de perseguir para poder salir de ese estado hacia una vida plena. Tenemos que el camino que han de recorrer, aun siendo una comunidad, es individual, personal. Y tenemos que el objetivo no es encontrar ni poseer; es desvelar, sacar a la luz algo que ya existía.
Con independencia de nuestro nivel de éxito medido en términos de retribución, posición o reconocimiento, todos hemos experimentado una sensación de vacío, cansancio o frustración cuando no alcanzamos a ver la razón de ser de nuestro día a día. ¿Para qué me esfuerzo? ¿Para qué hago lo que hago? ¿Para qué mantengo tal o cuál situación (sea personal o profesional)? Cuando estás preguntas resultan difíciles de responder, estamos ante ese banquete, dispuesto en la Tabla Redonda, que aún no puede alimentarnos. Y, por cierto, “para ganar dinero” o “para vivir tranquilo” rara vez son respuestas que ahuyenten la sensación de vacío. Tan pobres razones de ser no son más que analgésicos de corta duración. Por experiencia lo digo.
La respuesta a esas preguntas está en el propósito de cada uno. La razón de ser. Algo que nos estimula porque pone en juego aquello en lo que somos buenos, que nos gusta, que es necesario para los que nos rodean y que nos permite ganarnos la vida (cada uno al nivel que genuinamente desee; y ese “genuinamente” requiere una profundización que dejo para otra entrada, aunque algo había implícito en la anterior http://www.reginoquiros.com/eres-autentico-o-un-reflejo/)
Los japoneses lo llaman Ikigai. Los indios Dharma (que ni significa destino, ni religión, ni protección *). Los europeos, más sobrios para bien y para mal, lo llamamos razón de ser. A mí, a esa mágica combinación de lo que te gusta y en lo que eres bueno (propósito) a la vez que cubre una necesidad de los que te rodean (servicio), me gusta llamarla Causa. Y levantarte cada mañana por una Causa, para vivir tu causa, es el mejor antídoto contra el vacío y el cansancio. Quizás el único.
El Grial que se aparece a los caballeros es esa Causa. Y aparece velado porque Ikigai, Dharma, razón de ser o Causa, están a menudo ocultos, tapados por convenciones, intereses, tendencias sociales, proyectos ajenos, miedos… Espera tan solo la serena introspección que permite desvelarlo.
Aquí surge, en el romance artúrico, la frase que cité más arriba: “Pensando que sería una desgracia ir en grupo, cada uno se adentró en el bosque por el lugar elegido, donde más oscuro estaba y no había camino ni sendero”. Encontrar la causa es trabajo de cada uno. Después las causas se suman, se potencian, se aúnan y de ahí surgen las empresas y los movimientos que mejoran el mundo. Pero, para que eso ocurra, cada dama y cada caballero debemos encontrar nuestra causa.
Cada uno necesitamos adentrarnos en nosotros mismos (en el bosque) para hallar el camino de nuestra elección, que no existe hasta que nosotros lo recorramos. A veces pienso que nuestro sistema educativo es uno de los grandes obstáculos para encontrar nuestra causa: nos empuja, muy jóvenes, a elegir un camino (médico, ingeniero, arquitecto, informático, economista, abogado…) en lugar de a reflexionar sobre cuál es nuestra causa (a veces, en ese contexto, decimos nuestra vocación) y cuál la formación que necesitamos para acometerla. Invertimos los términos: el cómo queda por delante de la razón de ser.
En la vida adulta la situación se reproduce. El mundo laboral nos ofrece caminos ya trillados que nos llevan a ganar dinero, poder, posiciones, reconocimiento… Y podemos recorrerlos con éxito, pero sin la plenitud de nuestra razón de ser.
Una vez más los términos quedan invertidos: no buscamos, por ejemplo, una promoción porque desde esa nueva posición seremos más capaces de vivir y desarrollar nuestra causa. La buscamos, la promoción, porque es el siguiente hito de un camino que ya estaba ahí antes de que llegáramos. Apenas se disipe la sensación de logro volveremos a notar la ausencia de algo importante que quizás no sepamos ni nombrar. Y donde escribo “promoción” ponga cada uno el siguiente reto profesional para el que sea incapaz de argumentar una convincente y poderosa razón de ser. O haga lo propio para su siguiente paso vital.
El núcleo central de El Camino del Héroe (Wave8: El Camino del Héroe) es desvelar esa razón de ser y convertirla en el eje de todas nuestras decisiones para vivir desde la autenticidad y con nuestra clara razón de ser.
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* Según Alain Daniélou, quizás el mejor conocedor occidental de la India, su filosofía y sus religiones, Dharma es la naturaleza real y final de cada ser, y por ello su destino, pero no como camino predeterminado, sino como la forma en que debería ser.
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