Esto ya me ha pasado. Enfrento una situación que ya he vivido antes. Más de una vez. Me gusta pensar que cuando esto ocurre es por que no aprendí algo a la primera. Ni en las sucesivas.
Por supuesto, no todas las personas son las mismas, pero cuando voy más allá y analizo los papeles que juegan, lo que piden y lo que ofrecen, lo que dicen y lo que hacen, veo que su función en la trama es la misma. Idéntica obra de teatro con un elenco renovado a medias.
La sensación de avanzar en círculo, de retorno al mismo punto, es clara.
La obra, en su versión original y en sus reposiciones, no fue un drama. Tuvo sus dejes de comedia, sus momentos sublimes, y, para qué negarlo, con algunos de los actores que repiten fue divertido trabajar. Pero sé cómo acaba. Conozco los chistes, los giros, cada golpe de efecto, me sé toda la trama. Nada puedo sacar ya de ella salvo lo que aún no aprendí. Necesito convertir el círculo en espiral.
El momento es el ideal. Gracias a Jaime Buhigas, al que aún conozco poco, pero al que me gusta llamar amigo, y su Tempus Sacrum, empiezo a entender la simbología y, tras ella, el sentido de los diferentes momentos del año. El del que vivimos ahora, a pocas semanas del solsticio de invierno, era, para muchas tradiciones, el tiempo de convertir el círculo en espiral.
Pocos símbolos nos quedan de que esto alguna vez se pensó así, y la mayoría están desnaturalizados. Igual que los ciegos de la obra de Maurice Maeterlink sin el sacerdote que les dirige en su paseo diario, nosotros, sin la guía de ritos y ritmos cuyo sentido aniquilamos hace tiempo, estamos perdidos. Sólo vemos los problemas cuando el nivel del agua supera el de nuestro cuello y nos empuja, en el mejor de los casos, a la sala de un terapeuta y en el peor, a repetir círculo, cada vez con menos tintes de comedia y más de drama.
Enfrentar el círculo requiere asumir toda la responsabilidad sobre él. No hay casualidades que hayan colocado a personas y relaciones de idéntica manera a cómo se dispusieron en el pasado. Conscientes o inconscientes de ello, hemos reunido a los actores, veteranos y debutantes, hemos repartido copias del guión y hemos, ya desde nuestra posición en el escenario, dado la orden de levantar el telón. Sé, sin lugar a duda, que cada persona que ha aparecido sin que yo la llame se queda en escena porque así yo lo decido. Es fácil saber con qué palabra o con qué gesto se habría retirado, rompiendo el círculo. Pero no lo hice. La obra parece a punto de representarse. Ningún círculo es fácil de romper.
Hay cierto optimismo implícito justo antes de levantar el telón. La trampa de pensar haré lo mismo, pero esta vez lo haré mejor. También cierta nostalgia: ¿cómo resistirse a volver a interpretar aquella escena, a revivir, mejorándolo incluso, aquel momento? Pero es una fantasía. Cada repetición es peor que la anterior.
La ilusión de hacerlo mejor, la excitación por revivir algo, oculta la verdadera razón de empezar de nuevo el mismo bucle: el miedo a hacer algo de verdad diferente. O mejor expresado: el miedo a las consecuencias de hacer algo de verdad diferente.
Es el pánico a afrontar un vacío que resulta tenebroso tan sólo porque no está registrado. Es terra incognita. Y las leyendas de la terra incognita siempre hablan de monstruos, aunque también de tesoros.
Romper el círculo requiere anhelar el tesoro. Intuir al menos un nuevo guión con un papel mejor para el protagonista. Lo suficientemente atractivo, lo suficientemente anhelado, como para vencer al miedo a los monstruos que sin duda encontraremos. Tiene que ser realmente diferente; si no, representaremos la misma obra una vez más con el agravante de mentirnos a nosotros mismos.
Mantenerte en el círculo es repetir un patrón. Creo haber identificado el que en esta ocasión trata de que de una nueva vuelta. Es complicado, como todos los patrones, y personal: no malgastaré ni tu tiempo ni mi valentía en exponerlo aquí . Me reservo el valor para contravenirlo: optar por la opción distinta, la que convierte el círculo en espiral.
La espiral, ya en terra incognita, bajará hasta enfrentarme con el monstruo. Aquello, aún no sé qué es, de lo que me protege el patrón. Citando de nuevo a Jaime Buhigas, la espiral no es sino un laberinto, así que confío en encontrar a alguna Ariadna con una buena provisión de hilos.
Muerto el monstruo el tesoro queda más cerca. La verdadera motivación para optar por un estreno en lugar de apostar por una reposición.
El tesoro no es otro que la vida que queremos construir. Visión, propósito, causa, objetivo incluso; no discutiré hoy la terminología. Sólo diré, por si a alguien más le sirve, que las vueltas repetidas a un círculo tienen un precio: el tiempo que les dedicamos. Salen demasiado caras.
Rompo pues el círculo. Con miedo, porque las cosas que nos asustan hay que hacerlas con miedo, pero hacerlas. No me desentiendo del resto de actores del elenco, pero tampoco pierdo de vista que, protagonista en mi obra, soy tan solo un secundario más en las que ellos protagonizan. Y, ya que el momento del año me acompaña, recorreré el laberinto hasta alzar el telón de una obra en verdad nueva, puntual con el solsticio.
Ojalá que, si te estás viendo en algún círculo, esta reflexión te aporte algo. Mi deseo para todos nosotros es que pasemos mucho tiempo viviendo estrenos y el menor posible inmersos en reposiciones.
Hace mucho que no acompaño un texto con música. The Longest Wave de Red Hot Chili Peppers me parece muy apropiada para este tema. Te la dejo aquí por si te apetece escucharla.