¿Es mucho atrevimiento matizar a Nietzsche? Lo es, sin duda. Pero como se trata de un matiz pequeño, cometeré el sacrilegio. Dios ha muerto. A Dios lo hemos matado nosotros. Hasta aquí estamos de acuerdo. El matiz: la muerte fue por asfixia. Me explico:
La función de la mitología y el rito es proporcionar las ideas y señales que hacen avanzar el espíritu humano. Ambos, mitología y rito, son el oxigeno de Dios. De los dioses.
Las mitologías nos muestran arquetipos. Nos dotan de referentes para decidir nuestro comportamiento. Los ritos son los símbolos que nos ayudan a entender que las fases empiezan y acaban. Nos obligan a decidir quién queremos ser en las diferentes etapas que atravesamos. Son el empujón que contrarresta las fantasías que nos atan al pasado.
Le hemos quitado ese oxigeno a los dioses. Diagnóstico forense: muerte por asfixia. En sí mismo, el hecho no tiene por qué ser un problema. La cuestión es: ¿dónde va a parar el oxigeno que les arrebatamos? ¿Qué otros dioses lo respiran? ¿Sigue sirviendo para hacer avanzar el espíritu humano?
Los referentes que nos permitían revisar nuestro carácter y aspirar a ser mejores por imitación o evitación (dioses y héroes griegos, santos cristianos, rishis indios…) fueron tomados por las religiones formales y puestos a su servicio. Ya no pertenecen a una tribu o un pueblo, sino a estructuras económico-políticas. Su lugar ha sido ocupado por nuevos héroes que nos hablan del individuo que triunfa. Y ese éxito se mide en dinero, poder y reconocimiento externo. Es un éxito que puede ser deseable, pero nunca suficiente.
Los mitos, las historias que vivían los héroes y nos ponían en contacto con arquetipos esenciales, han sido trivializados y olvidados. Su sitio lo ocupa ahora una nueva mitología que híper-simplifica, está poblada de personajes tan planos que no enfrentan dilemas y sacrifica la capacidad de retar a su audiencia en aras de la corrección política (¿No te encaja? Pasa unas pocas horas más delante de la tele y déjate caer más a menudo por el cine).
Los ritos, que nos ayudaban a interiorizar momentos como el paso del niño al adulto o la asunción de poder frente a nuestros semejantes, se han banalizado en ceremonias que, en el mejor de los casos, mantienen sólo la estética y la celebración y en el peor, resultan chabacanas e invitan más a la continuidad, como si nada importante ocurriera, que a la reflexión sobre la nueva etapa (¿has asistido recientemente a alguna ceremonia de graduación?). De la parte del rito destinada a la preparación para cruzar el umbral, siempre íntima y a menudo dura, no encuentro rastro.
¿Consecuencias? Sin señales, como individuos no sabemos a dónde nos dirigimos ni qué nos empuja. Conscientes (o inconscientes, pero de algún modo sabedores) de que la mitología económico-política no cubre el avance del espíritu humano, o negamos el problema o buscamos sustitutos.
Negar el problema nos vacía. Tratamos de llenar el hueco con más de lo que sí nos proporciona la nueva religión: éxito (dinero, poder y reconocimiento). Perseguimos una carrera, un estatus y, ocurra lo que ocurra, no nos satisface. Nunca es suficiente por la sencilla razón de que, por mucho que obtengamos, es sólo una parte de lo que necesitamos.
Al cabo del tiempo, según sea nuestro carácter, nos deprimimos; o nos anestesiamos con pequeños placeres rechazando cualquier cosa que nos obligue a despertar; o nos centramos en cambios menores que distraen del hecho de que son más de lo mismo; o tratamos de aumentar el éxito. A veces incluso renunciando a la ética y abrazando la corrupción, desesperados por conseguir más aún, de algo de lo que en realidad tenemos ya más que suficiente. ¿Cuánto éxito? Depende del punto de partida. El mecanismo se basa en aumentar siempre, en primera persona o, si no hay otro remedio, a través de nuestros hijos. La cantidad absoluta de éxito da igual.
Muchos, ojalá fuéramos todos, buscamos sustitutos. Héroes, historias y ritos que nos ayuden a avanzar. Pero, hijos de nuestro tiempo y por ello de los dioses que espontáneamente ocuparon la vacante por deceso, corremos el riesgo de explorar esos caminos con las maneras que la narrativa actual nos enseña.
Queremos encontrar héroes, referentes, en los líderes que nos rodean. Pero siempre con el riesgo de caer en el culto a Inmediatez, uno de los nuevos dioses. Elegimos antes “Las cinco claves del liderazgo de Fulano de Tal“ que su biografía completa (donde pone Fulano inserta el nombre de la mujer o el hombre que, por su quehacer en la empresa, en la política o en la vida, sea para ti un candidato al nuevo panteón). Nos perdemos así sus miserias y contradicciones, su proceso vital, la historia mitológica, a fin de cuentas. Y, con ella, gran parte de la oportunidad de aprendizaje. El resultado poco enseña; del proceso se aprende todo.
Reflexión aparte merece la forma en la que elegimos a los nuevos héroes. ¿Es el dios Éxito quién nos los inspira?
Necesitamos ritos. Tanto para marcar los umbrales como para prepararnos para ellos. Nuestro inconsciente habla y entiende mediante símbolos. Es preciso recuperar las ceremonias solemnes y significativas que informaban a nuestra alma del paso de una puerta. Pero Desenfadoy Diversión, dioses amables y con mucho bueno que aportar, nos juegan malas pasadas al intentarlo.
Para prepararnos, buscamos cada vez más los ritos antiguos. No todo en el panteón cesante era una ayuda. Un dios sin rango ni forma, pero de excelsa presencia, Comunidad, persiguió, antes de su muerte, todo lo que pareciera individualismo. Así desapareció la preparación individual, introspectiva y solitaria, que tratamos ahora de recuperar: el auge de la meditación, la búsqueda en religiones con mayor querencia por lo individual (budismo, zen, taoísmo…) no tiene nada de moda casual.
Pero, hija de Inmediatez, la diosa Facilidad está siempre presente en la nueva mitología. Sea lo que sea aquello que exploremos, no debe requerir esfuerzo (cuenta el número de argumentarios de venta que incluyen la frase “sin esfuerzo”: para aprender un idioma, tocar un instrumento, ponerse en forma, desarrollar cualquier habilidad o, de la manera que sea, optar a una vida mejor). He oído a presuntos profesores de meditación afirmar, gesto serio e inspirado, que un minuto al día de concentración en tu respiración te cambiará para siempre. Si quince días de zazen no han ofrecido resultado, probamos vipassana. Pero no con un retiro largo. Por si acaso. Mejor una hora a la semana. O una app.
Los ritos de umbral requieren solemnidad y los de preparación esfuerzo. Digan lo que digan Desenfado y Facilidad.
En esta búsqueda de sustitutos, ¿en quién decides fijarte para aprender de su proceso? ¿Qué símbolos te recordarán dónde estás, cuál es tu causa y hasta donde llegan tu responsabilidad y tu compromiso? ¿Qué advenedizos dioses de la mitología actual decides desterrar de tu panteón? Necesitamos responder a estas preguntas como individuos y como colectivo. Los dioses murieron porque debían morir. Necesitamos sustituirlos con total conciencia e intención.
¿Qué crees que nos hace falta para establecer el nuevo Olimpo?
Aunque hable de reyes y no de dioses, mientras escribo, The King must die de Elton John, suena en mi cabeza. Te la dejo aquí por si te apetece disfrutarla.
Gracias por tu reflexión me ha hecho pensar, y mucho. Para establecer el nuevo olimpo nos hace falta una Afrodita. Amor incondicional (no me refiero sólo al amor romántico) y Belleza, esa que no se aprecia únicamente con los ojos.
Gracias a ti, Flora. Junto a Amor Incondicional y Belleza yo echo en falta a Valor, Armonía, Coherencia… Será interesante encontrar los nuevos mitos que les otorguen el derecho al Olimpo
Coherencia resonó mucho en mi cabeza y sin duda se requiere mucho coraje para llevarla a cabo. Interesante reflexión Regino. Gracias
Gracias A ti, Carlos. Nos toca ahora pensar que héroes y que historias nos recordarán la Coherencia en el día a día. Así se crea o se cambia una cultura. Creo que escribiré sobre eso la semana que viene.
Qué lugar ocupan hoy Generosidad, Perdón y Piedad?…poco frecuente encontrar estos héroes…los echo de menos…
Para encontrarlos, a esos y a otros, necesitamos historias reales que después se conviertan en mitos y marquen la referencia. Somos seres «historiófagos» como escribí hace poco.
Gracias, Susana