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En Wave-8 cada vez tenemos más conversaciones y proyectos relacionados con la revisión del propósito de nuestros clientes.
Los síntomas coinciden en muchos casos: captar y retener talento se ha vuelto complicado, la motivación de los empleados no permite pedir esfuerzos extra, la resistencia ante cualquier cambio es elevada y aunque hay una alta capacidad de ejecución, esta no va acompañada de iniciativa personal, como si las decisiones sólo se pudieran tomar muy arriba o en un headquarter que parece lejano y aislado.
Cuando estos síntomas aparecen, el primer paso necesario es conectar con un “para qué” que, por supuesto, nos haga sentir que el esfuerzo merece la pena y que diga a la la sociedad lo bueno y necesario que es comprar nuestros servicios o invertir en nuestra compañía. Pero no basta con eso. Es necesario formular ese propósito de forma que se convierta en una guía para la toma de decisiones. La falta de motivación y la parálisis a la espera de ordenes concretas, desaparecen cuando conseguimos que todos los empleados entiendan el propósito de la empresa y aprendan a tomarlo como guía de sus decisiones del día a día.
El primer paso es desvelar el propósito de la empresa. En ocasiones los líderes de algunas compañías asocian su propósito a ser el número uno en algo. Sin embargo, ser el número uno, o el quinientos, es una consecuencia de lo que haces y de lo que hacen tus competidores. Podría ser un objetivo. Pero no un propósito. Y siempre hay un propósito, enunciado o no, que está vivo en la empresa.
La mejor manera de identificar el propósito vivo en una compañía es examinar las decisiones que toman sus líderes. Indagar a qué responden. Para qué sirven.
Si tras esas decisiones sólo está ser más grandes, más eficientes, mejores que los competidores, más rentables, pagar mejor a los empleados o devolver el dinero a los accionistas, el fin se está confundiendo con los medios. El propósito se está confundiendo con las responsabilidades y las obligaciones.
Es imperativo recordar que no tenemos un propósito para desarrollar una empresa. Desarrollamos una empresa porque tenemos un propósito.
Si el para qué de las decisiones está asociado a la excelencia individual o a la carrera profesional, el propósito común, el de la empresa, está siendo superado por los propósitos individuales. Es cierto que en nuestro esfuerzo por ser mejores y ascender podemos beneficiar a la empresa. Pero también podremos perjudicarla porque nuestra cuota de poder no tiene por qué tener una relación directa con lo que la empresa y su propósito original necesitan. Y no olvidemos que quien trabaja con nosotros sólo por dinero o una carrera, también nos dejará por dinero o carrera. Captar y fidelizar al talento será complicado.
Cuando el análisis de las decisiones que se toman en la empresa, o el análisis del contenido de las conversaciones importantes, nos lleva a este tipo de escenarios es fundamental trabajar en la recuperación del sentido de propósito.
No se trata de un proyecto de recursos humanos. Tampoco es un proyecto de marketing, aunque sin duda el propósito es aquello que debemos esforzarnos en comunicar puesto que es lo más importante que tenemos que decir, tanto a empleados como a clientes.
Es una tarea de los máximos responsables de la compañía, cuyo liderazgo emana de su convicción y su identificación con el propósito. Requiere una revisión de la esencia de la empresa desde la cabeza y el corazón de sus líderes. Siempre como esencia, nunca como herramienta.
Hagamos que todas las herramientas, todos los recursos de la empresa, estén al servicio del propósito. Para eso, no para otra cosa, se creó la empresa.
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