A las afueras de Triberg, el pueblo de la Selva Negra en el que dormiré esta noche, hay una serie de cascadas que constituyen el atractivo turístico del lugar. El acceso es fácil: asfaltado, señalizado y con barandillas.
La visita ha sido agradable y he tirado alguna foto que creo que merecerá la pena. Pero me he sentido más en un parque que en la naturaleza.
Pensarlo me ha llevado a un dilema. Facilitar los accesos a este tipo de lugares permite que prácticamente todo el mundo pueda disfrutarlos. Punto a favor. También los masifica, los ensucia y, al menos para mí, impide la experiencia de estar en un entorno verdaderamente natural. Punto en contra.
Quizás, y es tan solo una pregunta que me hago, disfrutar de un lugar excepcional debería tener el coste del esfuerzo de llegar hasta él. Habría que ganárselo.
Encuentro un paralelismo con las religiones iniciáticas, donde sólo a través del esfuerzo, la dedicación y, por ende, del tiempo, se podía (¿se puede?) acceder a los misterios, que eran más que un conocimiento: eran una experiencia.
Confieso que mi naturaleza se acerca más al “hay que ganárselo”, pero entiendo la controversia que crea la exclusión del que no puede acceder a ello (no la del que, pudiendo, rechaza el esfuerzo; ahí no encuentro controversia alguna). Me encantaría oír o leer otras opiniones sobre esto.
Yo también creo que pierde su esencia… Si lo adaptamos tanto, se transforma en otra cosa.
Espacios naturales espectaculares que se convierten en la Gran Vía en hora punta…
El que resulte más difícil llegar, hace que la satisfacción de conseguirlo sea mayor. Vamos, que yo voto por menos adaptación y más autenticidad.
Pero sí. Seguro que hay opiniones que van en otro sentido y que tengan argumentos de peso.