Las empresas avanzan porque, de vez en cuando las ambiciones de un individuo coinciden con lo que la empresa necesita. Me lo dijo hace mucho tiempo, en mis primeros años trabajando, un socio de Accenture que siempre me pareció brillante.
Durante el resto de mi vida profesional me han sobrado ocasiones de comprobarlo.
Lo recordaba hoy ante un documental sobre Julio Cesar. Terminado su año de consulado, Cesar partió a la Galia, iniciando así su famosa conquista, mientras que su aliado político Craso dirigió sus legiones a Partia.
Es más que posible que ambos afirmasen ante cualquiera que buscaban la mayor gloria de Roma y, casi seguro, que genuinamente pensaran que ese era su propósito. Pero los hechos demuestran que ninguno de los dos habría aceptado una mayor gloria de Roma obtenida bajo el liderazgo del otro. La ambición de gloria personal iba por delante.
El resultado: Cayo Julio Cesar triunfó y Marco Licinio Craso murió a manos de los Partos. En cuanto a Roma, se anexionó toda la Galia. Incrementó su gloria sí, pero con el coste de los 20.000 hombres que cayeron en la derrota de Craso y el del inicio de la guerra civil entre Cesar y Pompeyo.
Sin embargo, pocos años antes de estos sucesos el camino fue muy diferente. Un líder, Cayo Julio Cesar, consiguió encontrar el espacio para sus propias ambiciones, las de Marco Licinio Craso y las de Cneo Pompeyo Magno. El resultado fue lo que la historia ha llamado el primer triunvirato. No se trataba de ninguna estructura oficial. Era algo mucho más sencillo e importante: el acuerdo personal entre tres líderes.
Al acuerdo funcionó bien hasta que el espacio para la ambición personal se volvió estrecho y los tres líderes empezaron a competir entre sí. Fue el inicio del fin de la República. No de Roma, pero sí de su modelo. Aunque ese no era el propósito de ninguno de los tres. Los tres pensaban genuinamente que trabajaban por y para su República. Esa era su causa.
La más alta responsabilidad del líder de una organización es asegurar que las ambiciones, mejor aún los propósitos, de las personas que le rodean (sea una gran empresa o un pequeño equipo) encuentran su espacio dentro de una causa común.
- La cuenta de resultados, ganar dinero, no es una causa. Es un medio. Escribió Peter Draker: «El beneficio es a los negocios lo que la respiración a un ser vivo: imprescindible para la vida, pero difícilmente el propósito de la vida». Sin causa, sin propósito, no hay empresa.
- Las empresas avanzan porque, de vez en cuando las ambiciones de un individuo coinciden con lo que la empresa necesita. Las personas de nuestra organización o nuestro equipo no pueden ser solo ejecutores obedientes. Necesitamos despertar su ambición ayudándoles a conectar con su propósito personal. (Quizás ya sobra aclarar que la ambición de ganar más dinero, conectada a un principio básico de supervivencia ligado a la mentalidad de escasez, no es la que hace avanzar a la mayoría de las empresas. La ambición de bienes materiales sólo es una verdadera causa cuando existe una amenaza real a la supervivencia. Las entidades de bien común que trabajan con los más desfavorecidos lo saben muy bien).
- Todos necesitamos sentir que aportamos. Todos necesitamos sentir que llevamos las riendas de nuestra vida. Todos necesitamos sentir que avanzamos. El líder debe asegurar que los propósitos y ambiciones de cada persona que le acompaña tienen su espacio. ¿Cómo? Siempre desde el servicio a la causa de la organización. Que, no puede ser de otra manera, es la suya propia. Sólo así aparecen la confianza, el esfuerzo, la generosidad y la colaboración y, con ellas, los mejores resultados.
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Esa frase ya me la habías comentado en su momento. En concreto cuando una gran empresa española empezó a invertir en un mercado lejano y creciente. No se entendía muy bien esa participación empresarial, pero luego quedó claro que había un interés personal.. más allá del interés empresarial. Buena reflexión…
Siempre me maravilla tu memoria Carlos. No recuerdo la conversación concreta, pero sí el haber hablado de ello.
Un abrazo