Veamos primero la escena para crear ambiente. Paredes de ladrillo visto. Sala angosta y alta. Con la espalda pegada a la pared del fondo, barba larga y blanca, cabello hasta los hombros, un escritor.
La sala está llena. Yo, que llego tarde, me siento en la primera fila. Una de las tres únicas sillas que quedan libres. Todas a menos de un metro del escritor. ¿Por qué nos cuesta tanto ponernos en primera fila?
El escritor, sentado, espera. Sus ojos saltan de cara en cara. Su sonrisa, entre la satisfacción y el escepticismo. En esto de las presentaciones de libros, es perro viejo.
Y además de perro, y de viejo, uno de mis buenos amigos de la infancia.
En la repisa que a media altura rodea la sala, copias de su último libro. Ismaíl Kadaré: La Gran Estratagema.Un ensayo después de cinco o seis novelas.
Mi amigo, José Carlos Rodrigo Breto, el escritor de la barba larga y blanca, inicia la presentación. Es en forma de diálogo. Natural, profundo, ilustrado, ameno. Una conversación de las que sólo se pueden tener cuando se sabe de qué se habla, cuando se dedica tiempo a pensar, cuando se es valiente para expresar una opinión propia.
Él, José Carlos, residente con ciudadanía en la noche oscura del alma que su condición de artista requiere, no lo sabe, pero tiene muchas cosas que muchos anhelan.
Tiene la determinación de ser fiel a su don. La literatura. Crearla y estudiarla, a partes iguales.
Tiene el valor de recorrer su camino. Doctorarse con más de cuarenta escribiendo sobre un albanes al que, aún con un príncipe de Asturias en su haber, pocos en España conocen; renunciar al trabajo que pagaba las facturas a cambio de no renunciar a la energía que necesita para escribir; mantenerse fiel a sus valores, aunque le dejen fuera del juego que podría darle plaza en la tarima de un aula pública… El valor de apartar lo que le llevaría a convertirse en quien no quiere ser y el de abrazar lo que le acerca a su visión.
Tiene amor, y se le nota cuando confiesa que el titulo de su ensayo llega a serlo, y no es la menor entre las demás razones, porque contiene Gema en su última palabra.
No diré que es feliz por no ofender a su alma de escritor maldito. Y no vaya a ser que se lo crea y pierda, junto con las nubes de tormenta, la inspiración. Pero tiene lo que la felicidad requiere.
Ha decidido para qué está aquí. Tiene una causa, la literatura, y no la pervierte.
Pone su talento al servicio de esa causa y está dispuesto a seguir aprendiendo, a reformularse, a sufrir a veces, a pelear por ella. Porque sabe que en la causa está el disfrute y la razón de vivir. Cualquier otra cosa, es sólo sobrevivir.
La vida no nos pesa cuando flojea la cuenta bancaria ni cuando el trabajo le roba horas al sueño. La vida nos aplasta, aunque durmamos en hoteles de lujo y recibamos distinguidas palmadas en la espalda, cuando optamos por sobrevivir. Entonces es cuando, más o menos exitosos en nuestra profesión, con ingresos que nos aportan tranquilidad (aunque también nos han atado a un nivel de gastos que nos parece imprescindible), con todos los elementos que el colectivo considera que crean la felicidad, nos sentimos cansados, con ese cansancio que no se pasa durmiendo, desmotivados, ávidos de un ciclo nuevo del que nada sabemos, excepto que deberá ser diferente.
Es entonces cuando necesitamos pararnos, revisarnos, redescubrir quién somos y qué queremos y elegir nuestro camino. Un camino con corazón, como escribió Castaneda.
Y ahí es dónde José Carlos tiene mala suerte. Un camino con corazón es el que nos motiva con un propósito que sentimos nuestro, con una causa que aporta algo bueno también a quien nos rodea. Es el que nos lleva a convertirnos en quien queremos ser (o en quien éramos antes de que nos convencieran de ser de otra manera, que dirían James Hillman y Charles Bukowski). Un camino con corazón es el que hace que vivir tenga sentido y disfrute… y nada de lo anterior esta reñido con ganar dinero. Cuando aportas algo bueno a la sociedad que te rodea, ésta está dispuesta a retribuírtelo… casi siempre. Y ahí es donde mi amigo, decía, tiene mala suerte.
A algunos nos requiere tiempo, esfuerzo y ayuda encontrar nuestro camino con corazón. José Carlos lo encontró de forma natural, sin esfuerzo. Tal vez en kármica compensación, muchos disfrutamos de caminos con corazón en los que cómo pagar las facturas no es el mayor problema. La literatura no es así. Ofrece, como toda buena causa, un servicio y un alto valor al prójimo. Pero no vivimos tiempos en los que el prójimo esté dispuesto a aprovecharlos.
Escribía en el blog hace unos meses que somos seres historiófagos. Nuestra narrativa, las historias que nos cuentan, contamos y nos contamos, crea nuestra realidad. El paralelismo es más que evidente: dicen que somos lo que comemos. Y vivimos en la era de la comida basura. Seguro que alguien dijo antes que yo que somos lo que leemos. Y estos son los tiempos de la narrativa basura.
La palabra esfuerzo está, a mi modo de ver, en el origen del problema. Comer bien requiere el esfuerzo de buscar, encontrar y comprar buenos ingredientes. El esfuerzo de dedicar tiempo a cocinarlos. El esfuerzo, quizás el mayor de todos, de tener la voluntad de elegir comer lo que nos hará bien.
Pero vivimos en la cultura del “no esfuerzo”. Revisemos las ofertas de productos y los consejos de gran consumo para vivir mejor: aprenda un nuevo idioma sin esfuerzo, consiga un cuerpo de atleta sin esfuerzo, mejore su vida con sólo dedicar dos minutos a lo que sea… pero sólo dos minutos. Lo primero que te dicen cuando empiezas un blog es que no escribas artículos de más de mil palabras (estoy a cinco de superar el límite) porque nadie hará el esfuerzo de leerlos.
¿Quién entonces hará el esfuerzo de leer un libro? No uno cualquiera, con intriga, emoción y sexo descritos con frases cortas y mucho diálogo. No. Uno que obligue a pensar. Que rete. Que contenga ideas que te cueste entender. Que te enfrente a emociones que no habías sentido. Que amenace con cambiar tu perspectiva del mundo. Uno que te de una historia que te alimente y que te la de, además, con la belleza del arte de escribir.
¿Quién hará ese esfuerzo? Quien quiera desarrollar opiniones propias. Quien quiera incorporar referentes a su vida. Quien quiera establecer nuevas conexiones que llevarán a nuevas ideas. El historiófago que esté dispuesto invertir tiempo, atención, cuidado y esfuerzo en preparar y consumir una buena comida, en vez de contentarse con el empalago y los falsos nutrientes de una historieta simple, previsible y sustentada en emociones fáciles que pululan por lugares comunes.
Y esto, por cierto, lo que busca el historiófago gourmet del que hablo en el párrafo anterior, es lo que da el valor y el derecho para situarse en primera fila. No en la de sillas de una sala en la presentación del libro de un amigo, como hice yo ayer. Eso es fácil. Hablo de la primera fila de las conversaciones interesantes. La primera fila de las relaciones que de verdad importan. La primera fila de los trabajos que tienen sentido. La primera fila de nuestras vidas.
Así que leamos. Como estratagema para estar en primera fila. Y mejor si son más de mil palabras. Y mejor si es en vez de ver un video en internet. Y mejor si es algo que nos es tan ajeno como lo es un escritor albanés. Y puestos a leer, no es mala idea leer a José Carlos Rodrigo Breto.
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Excelente y, además, expuesto, porque no es fácil escribir así sobre escritores de semejante talla.
Te felicito puntualmente.
La primera fila bien ganada la tienes hace mucho tiempo.
Muchas gracias, Fercho. Un abrazo
Yo quiero estar en esa primera fila. La de las conversaciones interesantes. La de las relaciones que de verdad importan…
Y estoy feliz, porque estoy camino de sentarme en esa primera fila. O quizá ya estoy sentada..?. Qué lujo poder pensar que es así…
Y quien dice que no lo estás? Un beso!
Gracias por no medir las palabras, y recomendar una lectura que promete.
Gracias a ti, Paola
Excelente Regino. Gracias por hacer visible tu grandeza. Espero ansiosamente su siguiente entrada.
Muchas gracias Pablo. Un abrazo
Yo solo puedo agradecértelo y agradecértelo y agradecértelo (ad lib)…