Estoy en un lugar cargado de historia. Y por esos derroteros ha ido la conversación de la sobremesa.
Siempre que revisamos la historia lo hacemos desde las perspectivas del momento en que vivimos. Es natural. El error es olvidarlo y, así, juzgar hechos y comportamientos desde unos valores que no estaban ni remotamente presentes en la época en la que tuvieron lugar. Es lo que Walter Benjamin definió como «pasarle a la historia el cepillo a contrapelo». De ahí nacen las malas interpretaciones. Sin entrar en el terreno de las distorsiones intencionadas, que son otro cantar.
Nos ocurre igual cuando revisamos nuestra propia historia. Con nuestros ojos actuales vemos las situaciones y decisiones del pasado de manera distinta. Necesitamos ser muy conscientes de ello a la hora de valorarlas.
El pasado es fundamental para aprender de él, pero si lo sacamos de contexto y lo analizamos como si perteneciera al presente el aprendizaje se pierde y sólo deja lugar al juicio burdo.