Con todos los programas de formación en empresas pospuestos y las reuniones con clientes canceladas (por una incuestionable razón) puedo escribir algo que no he dicho en años: Sí tengo tiempo.
Y supongo que somos muchos los que podremos decir lo mismo durante las próximas semana.
Podemos invertir ese tiempo que nunca teníamos en quejarnos, en agobiarnos por un futuro económico que no niego que se ve incierto o incluso en diseñar teorías de la conspiración sobre el origen y propósito de la epidemia del coronavirus. También, por supuesto, podemos incrementar el uso de las redes sociales o de Netflix y HBO.
Pero, ¿por qué no dedicar un rato, esta misma mañana, a hacer una lista de todas las cosas que hemos ido dejando atrás con la sentencia «no tengo tiempo para eso ahora»?
Llevo años (sí, años) diciendo que no tengo tiempo para poner El Secreto de los Silvanos en Amazon y que así las personas que se interesan por él tengan más fácil encontrarlo.
Desde mediados de 2019 tengo en la cabeza el diseño de un nuevo curso de liderazgo personal y no he tenido tiempo para aterrizarlo.
Tengo, junto a una amiga, una gran idea de un nuevo proyecto al que sólo hemos dedicado unas pocas horas sueltas desde hace meses.
La foto que acompaña esta entrada es la de mi escritorio en casa tal cual está mientras escribo. El libro abierto es uno de los que utilicé para preparar mi última conferencia… y los que están debajo están leídos a medias (o menos) y más deprisa de lo recomendable porque no tengo tiempo…
La lista sigue. Y ahora sí tengo tiempo. Lo que no tengo es ninguna excusa de algo urgente que me permita no abordar lo importante.
Tenemos tiempo. Descartado el emplearlo para quejarnos o para distraernos, ¿a qué lo vamos a dedicar?
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