Muchas son las cosas que no dependen del tiempo.
Acabo de pasar siete días con trece almas, la mía rompe el mal número. Con ellas siento que he avanzado más en conocerme que en siete años.
Con ellas he reído y llorado. Me he sentido apoyado por cada mirada y cada gesto. Confío en haber sido algo parecido para ellas.
Siete días, siete años, a corazón abierto. Mirando con honestidad quién soy y quién no soy. Entendiendo mis reacciones y mis miedos, mis comportamientos, mis filtros, mis excusas, mis creencias.
Siete días bajando escudos y sintiendo el contacto, la vida, sin defensas.
Siempre he dicho que tomar conciencia de algo en ti mismo es el ochenta por ciento del camino en la conquista de la autenticidad y de la capacidad de ofrecer nuestra mejor versión al mundo. Me desdigo. La toma de conciencia sigue pareciéndome la piedra angular, pero expresar, contarlo, hablar de ello, se me ha revelado mucho más importante de lo que yo creía. Trece almas me han escuchado y han compartido desde el corazón conmigo.
Ahora, como los Caballeros de la Tabla Redonda, cada uno debe adentrarse en el bosque en solitario, por el lugar que le parezca más oscuro, asegurándose de no hollar ningún camino, pues si el camino ya existe es imposible que sea el suyo. Así se desvela el Grial *.
Eso siempre se me dio bien: adentrarme en solitario en el bosque. Pero en siete días puede cambiar todo. Me levanté con pereza de la Tabla Redonda. No fue mi caballo el primero en dejar el establo de Cámelot. Me demoré lo que pude y, en la linde del bosque, cedí a la tristeza de la separación.
Hasta ahora siempre respondí a lo indeseado de igual manera: un lacónico «estoy bien», el punto justo de ironía para bloquear el lagrimal y la vista y el paso adelante. No fue así esta vez. Me quedé en la tristeza del adiós hasta entenderla. Hasta encontrar, dentro de ella, la alegría de emprender el camino. Un aprendizaje más que os debo, compañeros.
Todos nos encontraremos al recorrer nuestros caminos. Apareceremos, no lo dudo, justo cuando sea necesario. Quizás algunos caminemos juntos algunos trechos, más cortos o más largos. Y todos sabemos volver a Cámelot. Estamos unidos porque la unión es una de esas muchas cosas que no dependen del tiempo.
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*Compruebo, no sin vergüenza, que no había escrito en el blog desde febrero. Quizás necesitaba un momento así para retomarlo. Tampoco puede ser casualidad que en la última entrada hablara de esta misma leyenda artúrica. Aquí está el link, por si te apetece leerlo: la-razon-de-ser
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