A menudo asociamos la expresión “salir de la zona de confort” con abordar algo novedoso en lo profesional o en lo personal: un nuevo proyecto, una nueva afición, un cambio de empresa, una responsabilidad diferente, un viaje distinto…
La zona de confort también nos atrapa en otros ámbitos. A veces nos seguimos rodeando de la misma gente, oyendo las mismas opiniones, hablando de los mismos temas. ¿Cuánto hace que no te expones a gente realmente diferente? ¿Estás rodeado de gente que, por cariño o por convicción, va a estar fácilmente de acuerdo contigo?
Estos días tengo la suerte de estar rodeado de un grupo de veintitantas personas de ocho países diferentes. He insistido, como siempre hago en mis programas, en la importancia de actuar conscientemente y con una intención clara. La combinación de ambas cosas me ha llevado a cuestionarme: ¿Cómo elijo a la gente de la que me rodeo? ¿Busco la comodidad de la confianza o me rodeo de los que me pueden aportar, retar (en el mejor sentido de la palabra) o ayudarme a aprender? ¿A quién necesito tener cerca para las conversaciones que quiero tener?
Sin dejar de honrar la amistad, mi camino requiere nuevos y diferentes acompañantes.